viernes, 7 de agosto de 2009

ojos tristes II

La conoció, desde lejos, desde la observación, y así se enamoró.
Siempre la había visto en la plaza del barrio, pero no lograba saber si vivía en su vecindario o era una hermosa visita de domingo.
Para él era una cita, la tarde del primer día de la semana. Llegaba siempre unos minutos antes para verla cruzar el parque hasta el banquito escondido detrás de un árbol alto.
Ella llegaba alrededor de las tres, plena siesta, la plaza no estaba tan concurrida, brindando el momento ideal para la lectura. Siempre estaba sola y nunca la vio iniciar conversación con alguien, solo devoraba sus libros.
La mayoría de los días, a él no le importaba ese amor en secreto, ese lazo en la distancia. Se contentaba con poder contemplar la belleza de amada, sus manos, sus ojos frágiles, su boca, los caminos de su cuerpo. Pero también había días en que deseaba locamente cruzarse en su camino, intercambiar unas palabras, atraer su mirada, romper la puta distancia.
Solo que desde los ojos de él, ella se veía tan concentrada en su lectura, que no se hubiese perdonado interrumpirla, no soportaba la idea de incomodarla. Entonces la seguía observando, y ella sin saber nada.
Así pasaron los meses, los domingos, hasta que un fin de semana ella faltó a una de esas citas no acordadas, y después falto a dos más, entonces fue claro que no iba más al parquecito.
Él siguió con su vida pero lo atormentaba la idea de su cobardía, si tan solo le hubiese hablado alguno de esos domingos silenciosos…
Tuvo amores fugaces, pero ninguno lo comprometió tanto como lo había conquistado el sentimiento hacia la muchacha de los ojos tristes. Tanto que el amó su recuerdo por siempre.
Puede que hayan sido cuatro o siete años, no tenia noción del tiempo porque siempre que uno vive extrañando al amor de su vida, la espera es una eternidad... y volvió a pasar por la plaza. Era una tarde de invierno, de esas que solo se soportan al calor del sol, y la encontró leyendo en uno de los banquitos de madera.
Seguía pareciendo la chica mas triste que podía existir. Con su cabello tan lacio, su piel blanco luna, su mirada de papel, sus manos largas aferradas a un libro.
El sentía que su corazón iba a salírsele del cuerpo, no sabia que hacer, quiso hablarle, pero una vez mas no encontró el modo, no creyó que era el momento, no quería interrumpirla.

[...]