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Recuerdo alguna vez saliendo a buscar algo que me faltaba. Sentí esa ausencia molestando entre las uñas, entre los dedos del pie, en todas partes de mi ser. Algo faltando -no se bien su nombre, no se bien explicarlo- es como sentir falta de felicidad, emoción, novedad, todo mezclado y algo mas seguro también. Entonces yo salía entusiasmada, me equipaba con lo que encontraba ideal para el viaje, cosas así como fe, buenas zapatillas, una flor, energía, y salía a buscar, y eso era ya la felicidad. Caminar era la felicidad.
Otros días, la causa podía ser la curiosidad, la motivación o la idea de rebelarse de algo o alguien, la necesidad de renovarse o de relajarse, cambiar el paisaje de los días, llenarse de iniciativa… todo eso también fue para mi motivo para caminar.
Puede ser también que alguna vez cansada de andar por un camino que no me llevó a ningún lado más que a la tristeza, decidí emprender rumbo hacia otros horizontes.
Las mejores veces fueron las que caminé feliz y hacia el futuro, por caminos llenos de flores, alegría y grandes personas acompañándome. Esos días camine feliz, buscando crecer, también conociendo-me.
Así fueron apareciendo razones para andar desde que aprendí a caminar.
Así fui preguntándome a dónde quiero llegar.
Hasta hoy.
Que cayendo la noche, me vi también cayendo sobre mi misma.
Se que caer es la oportunidad de levantarse, y se que lo voy a intentar y hasta lo consiga pronto.
Pero hoy algo me revuelve los pensamientos, y me hace ver mis ganas saltando de mis pies, pegándose al piso, corriendo lejos. Ellas avanzan, yo no. Yo me quedo sentada en el medio del camino. Un poco perdida, un poco observando cosas conocidas.
La verdad es que estoy buscando una pista, algo que me diga por dónde ir o me de ganas de salir corriendo y trazar un camino, inventarlo.
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