martes, 27 de julio de 2010

Dejar ir, querer quejarse

¿A que velocidad escapa lo que damos por perdido,
lo que creíamos caído del cielo?
Quique Gonzales

Cuando uno decide dar por perdido una situación, es como si un viento fuerte se llevara de repente el gran castillo de arena que alguna vez construimos.
Que con paciencia y esfuerzo construimos. Pero ahora dejamos ir porque ya no importa. Y el viento lo deshace, lo desarma, lo rompe. Y uno mira con indiferencia, está a nuestro alcance hacer algo pero no lo hacemos.

Lo dejamos ir.
Al darlo por perdido, decidimos que ese castillo ya no es de nosotros ni para nosotros, que puede irse y ser en otra parte, o no ser más.
Si, absurdamente podemos darnos el lujo de olvidar y hacer como que nunca existió, borrar su presencia de nuestra historia.
Y el castillo, ya pura arena, tan liviano se va a toda velocidad lejos de nosotros, el viento lo empuja cada vez con más fuerza, y se lleva todo lo que hay en él.
Al parecer, nosotros no sentimos nada, ni pena ni alivio.



Pero que distinto es cuando uno no puede dar por perdido algo.
En ese caso vientos tremendo pueden querer alejarnos de nuestro castillo, y aun así, puede pasarnos que nos sentimos atrapados entre sus paredes.
Y el castillo, ya deforme, un huracán de arena nos envuelve.
Y nos dejamos envolver.

3 comentarios:

Ale dijo...

Es que luchar contra eso es lo que nos lleva más cerca de esas paredes, no nos damos ni siquiera el respiro suficiente para aceptar que fue algo fuerte y que no se va así nomás, que todavía aprieta.

Hay cosas que ni siquiera se olvidan nunca, simplemente uno acepta que ya no van a volver. O quizás no lo aceptamos nunca y estamos todo el tiempo intentando superarlo. Pero no hay que caer en el truco de que forzando el olvido lo vamos a lograr, porque casi siempre produce el efecto contrario.

Wingerr dijo...

No me alejen de mi castillo, que mi reina se va con él...

Amapola Azzul dijo...

Hay castillos que a pesar de los vientos parece que no se van del todo, y permanecen en la memoria.

Será que los nuevos castillos creados no tienen el suficiente encanto, ni la ilusión puesta en su construcción tienen las dimensiones de aquel antiguo castillo que parece eterno en nuestra memoría.