lunes, 25 de febrero de 2008

Ada y su invisibilidad

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Ada no va seguido a la capital, es que el asfalto siempre le duele en la planta de los pies cada vez que hace uno de esos viajes. Le tiene miedo a los subtes y sus túneles oscuros, le intimidan los edificios altos y le da por extrañar los colores de las casitas bajas de su barrio.
Siempre se queja de sus vecinos que están chusmeando todo lo que hacen los demás… ¿a dónde vas?, ¿con quién?, ¿cómo vestís?, ¿qué haces de tu vida?
Pero cuando va a la capital también eso extraña, porque parece, que allá las personas están tan apuradas y tan ocupadas que no tienen tiempo para mirarse.
Aunque la verdad es que Ada no sabe si son ellos los que no la miran o es ella que en la capital se vuelve invisible, porque aunque la llevan por delante, la chocan, se tropiezan con ella, no se dan por enterados de que está ahí.
Es algo así: Al mismo momento en que Ada empieza a mirar, con sus ojos bien abiertos por el asombro, cada rinconcito de esa cuidad tan moderna y lujosa, con esa sensación de que todo esta en su lugar: sus edificios uno al lado del otro en perfecta fila, sus taxis llenos en sus avenidas, el señor y su maletín en su oficina... Se empieza a sentir cada vez más desubicada ahí. Ahí no hay lugar para una Ada como ella. Ahí es completamente invisible.
Todas las veces que esta en la capital es lo mismo, igual de invisible, totalmente invisible.
Y así va invisible, incolora, desganada, desorientada, hasta que después de caminar todas las sendas peatonales que la llevan a cumplir con todos los tramites y los propósitos de sus visitas al centro, por fin es tiempo de tomar el tren que la lleva a casa, entonces no hacen falta mas de una hora de viaje y ya se empiezan a ver las casas bajitas de los vecinos curiosos que si la ven.
Si bien no puede precisar un momento, Ada sabe que dejo ser invisible.


Donde lloran las gaviotas,
vamos juntos a llorar,
no te preocupes no se te nota,
que no sabes encajar...

(Ok, perdón - Andrés Calamaro)

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